Calles de miedo
Hace unos días, compartí con
una amiga un café y como suele suceder las noticias fueron una referencia de
conversación. El caso de Rosa Elvira marcó gran parte de nuestra charla por la
crueldad del asesinato y por el entorno que se iba descubriendo de su presunto
asesino.
Conocedor de la víctima, su
supuesto amor enfermizo, pero sobre todo su pasado igualmente oscuro hacen de
Javier Velasco Valenzuela alguien más allá que un simple asesino y violador.
Sin llegar a decir que sea un enfermo mental que lo desligaría casi por
completo de su responsabilidad en un hecho macabro como este.
La sociedad marchó y repudió
este atroz crimen. Pero además queda en el ambiente la angustia permanente de
las mujeres que deben enfrentar a diario en las calles la acción de unos
delincuentes que no miden consecuencias sino que atacan a sus víctimas con
sevicia y en algunos casos (si no la mayoría) dejando huellas imborrables tanto
en lo físico como en lo sicológico.
Y esa era la preocupación de mi
amiga. Salir a la calle para enfrentar esos monstruos se convirtió en una
odisea, pero más allá que eso, combatirlos, denunciarlos y ver que la justicia como guardiana de la sociedad permita
un castigo ejemplar a los autores de estos abominables hechos.
Una mujer, en la calle, debe
enfrentar a los violadores, a los que atacan con ácidos sus rostros, a quienes
se roban su cabello, a quienes las acosan sexualmente y a los delincuentes comunes que roban sus
pertenencias, entre otros. Monstruos de mil cabezas que van apareciendo en el
camino y que están a la vuelta de la esquina.
Me comentaba, por ejemplo, que
cuando aparecieron los ladrones de cabello, utilizaba cualquier elemento que no
le permitiera ver su cabellera. Cuando se intensificaron los ataques con ácido,
cualquier persona que estuviera frente a ella era un potencial agresor y
trataba de proteger su rostro. Y Así se la pasaba día tras día viviendo la
angustia de saber que en cualquier momento podía ser atacada.
Ella, como investigadora
social, además, ha conocido a fondo el caso de cientos de mujeres violentadas y
víctimas de la acción de grupos armados ilegales en poblaciones pequeñas o en
el sector rural a donde a veces no llega la mano de la justicia. Esas mujeres
abusadas o asesinadas también merecen la atención de la sociedad para exigir
que estos casos no queden en la impunidad.
Y qué decir, de aquellas que
enfrentan la violencia intrafamiliar, porque aunque la ley hoy es menos
flexible en estos casos, sigue siendo a veces, silenciosa, pero el número de
casos aún preocupa. Mucha de esa violencia intrafamiliar no sólo deja heridas
físicas sino que incluso ha llegado a la muerte. Basta ver los noticieros de
hoy.
Ante ese oscuro panorama solo queda que la
justicia y la sociedad deben proteger a sus mujeres.
Una sociedad que no es capaz de
proteger a sus mujeres y a sus niños se sumergirá en sus propias atrocidades.
#niunamas fue el grito de guerra de la pasada marcha. Pues eso es lo que
esperamos que las mujeres no continúen siendo víctimas de estos actos infames y
que los niños crezcan en un ambiente menos hostil.
El caso de Rosa Elvira tiene
muchas particularidades y lo que esperamos es que haya un castigo ejemplar. No
dejar cabos sueltos. Investigar a fondo y que recaiga todo el peso de la ley.
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