Carta a Ismael
Para
ti: Ismael Contreras
No sé qué carrera
escogerás cuando seas grande y decidas que esa será tu vida. ¿Un ingeniero?¿Tal
vez un médico como tu hermano? ¿Un contador de historias propias y ajenas como
yo? ¿Un importante arquitecto? O quizás te decidirás por los sueños de infancia
y entonces preferirás ser futbolista, piloto de avión o bombero.
A veces divago con
cualquiera de esas alternativas que te puede dar la vida. Incluso podrías
escoger una bien distinta y está bien, serás lo que quieres ser y espero que en
el campo que te desempeñes logres metas y triunfos. Que tu nombre sea
pronunciado con orgullo por haber logrado los objetivos con esfuerzo. Que lo
que alcances sea producto de tu propia grandeza.
No sé si estaré a
tu lado en ese momento, ya sea por una ausencia prolongada como la de ahora o
porque mis días hayan llegado a su final. Eso no importa. Aunque cualquiera de
las dos situaciones de vida nos mantenga alejados, quiero que sepas Ismael
Contreras que estás dentro de mí, que te llevo en el alma, que mi corazón te
siente y que jamás te abandonaré a pesar de la distancia y de la separación a
la que nos tienen sometidos.
No te vi crecer en
el vientre. No te vi nacer. No te escuché el primer llanto. No te vi la primera
sonrisa. No asistí contigo a la primera cita médica. No te vi gatear. No te vi dar
el primer paso. No estuve en tu primer cumpleaños. No te vi salir el primer
diente. No estuve en ninguno de esos momentos. Y no estuve en ellos no porque
no hubiera querido. Se me negó ese derecho. Algún día lo entenderás. No creas
en todo lo que te dicen, yo tengo la otra parte de la historia. Te diré la
verdad.
Y esa historia pasa
por una lucha diaria de más de dos años acompañada de lágrimas, dolores
profundos en el alma, la fe refundida, el corazón partido en mil pedazos, las
ganas de dejar de vivir, las dudas sembradas. Sin embargo, ese amor tan
profundo como el universo me permitió ver un triunfo parcial del que me siento
orgulloso pero que no es suficiente porque hoy no te tengo conmigo, no te
disfruto, no te veo a diario, no escucho tus risotadas, no escucho tu llanto,
no escucho tus palabras atropelladas e inentendibles aún, no te veo crecer.
Estás tan lejos
como desde el primer momento en que supe que existías. Cuando algún día leas
estas letras quiero que entiendas que las escribí con las lágrimas corriendo
por mis mejillas, que un dolor infinito se apoderó de mí y que, aunque quisiera
que no lo fuera, es mi propia historia. Sí, era yo describiendo mi pesadilla, es
el sueño que se fue desfigurando, es mi realidad.
Una realidad
dolorosa e inhumana que me permitió apenas verte dos veces en la vida: unos
días después de que naciste y el día que cumpliste dos años. Tal vez no lo
puedas creer, pero es así y créeme, yo tampoco le encuentro lógica. Nunca,
Ismael Contreras dejaste de ser mi hijo en estos dos años de ausencia obligada
que hoy se repite. El reloj vuelve a correr en nuestra contra y el tiempo empieza
nuevamente a marcar lejos de ti.
Mi primer encuentro
contigo (Octubre 12 y 13 de 2013) quedó consignado es un escrito que espero te
hayan leído como pedí. Pero si no fue así, lo tengo guardado para cuando lo
puedas leer.
La segunda vez que
te vi, fue el día de tu cumpleaños. Pasaron dos años, más 730 eternos
días.
Cuando me dijeron
que podría verte por segunda vez, pasé unas cuantas noches imaginando ese
momento, no dejaba de preguntarme cómo sería el abrazo jamás dado, cómo te
saludaría y qué te diría apenas te tuviera frente a frente. Era consciente de
que tú, el hijo soñado y anhelado, no sabrías quien era yo. Había que empezar
de cero, así días antes me hubieran permitido enviarte una foto mía para que me
conocieras.
Ese encuentro (como
sucedió la primera vez que te tuve en mis brazos) fue en un centro comercial. Como
te dije antes fue el pasado tres de octubre, fecha de tu segundo cumpleaños.
Llegué con
suficiente tiempo. Los minutos se hicieron eternos y la ansiedad hizo su
aparición. Miraba el reloj permanentemente. Repasé el lugar y observé el puente
por el que después caminarías. Finalmente vi tu menuda figura. Mi corazón se
aceleró, quería correr a tu encuentro, abrazarte, besarte, decirte mil veces te
amo, mirarte a los ojos para que vieras en los míos tanto dolor aprisionado
pero también quería que a través de ellos entendieras que vernos era el
producto de una lucha sin cuartel, que incluyó la decisión de una juez para que
tuvieras mi apellido porque ese derecho nos lo habían negado a ti y a mí.
Me abstuve de
correr, de abrazarte, de besarte, de decirte mil veces te amo, de mirarte unos
cuantos minutos a los ojos. No lo hice porque simplemente no sabías quien era
yo. No sabías que era tu padre y no quería crear en ti una confusión.
Te dijeron “es tu
papi”. Te cogí de la mano y comenzó una caminata casi interminable. Compartimos
el tren, la piscina de pelotas y el tiovivo. Pasaban las horas aunque no quería
que terminaran y en ellas escuché tus carcajadas, vi correr tus lágrimas, dimos
millones de pasos tomados de la mano y sentí que en algo se había mitigado tu
ausencia de 24 meses. Destapaste los regalos: abrazaste el muñeco de Mickey
Mouse y guardaste la camiseta (con la figura de ese personaje) en su empaque. Eran
los últimos momentos de esas cinco horas compartidas.
Quedó en el alma el
momento de la despedida, te llevaban por las escaleras eléctricas, me volteaste
a mirar y mientras te alejabas te envié varios besos que respondiste.
Al día siguiente, me
permitieron verte un par de horas antes de mi regreso. Aunque fui notificado de
que en adelante no te podría volver a ver sin que medie una orden judicial para
regular las visitas, me sobrepuse y disfruté contigo en ese parque el rodadero,
el pasamanos, el pequeño jeep, los carros en la arena, el saltarín y otra
piscina de pelotas.
Disfruté esos momentos
contigo. Algún día te explicaré porqué no hubo otros. Lo que pasa, es que para
algunos el amor se mide cuando das en lo económico, no en cuánto sientes en el
corazón.
Llegado el final de
las dos horas me arrodille, te puse de espaldas en mis muslos, acaricie tu
cuerpo, te di un beso, te dije te amo y me despedí. Esta vez no dejaron que me
voltearas a mirar para enviarte unos cuantos besos y ser correspondido con los
tuyos.
Desde ese día no sé
nada de ti. Volví a los abrazos no dados y a los “te amo” aplazados.
Ismael Contreras te
amo.
Tu padre.
Comentarios
un abrazo fraterno
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com pasa si quieres espiar!
Quisiera de paso decirle que se me nublaron los ojos al leer esta carta, pues me sentí identificado con muchas de las líneas aquí expresadas.