Un Congreso que nos represente

Cada cuatro años escuchamos las manidas frases de que “estas serán unas elecciones históricas”, que “no hay que elegir a los mismos”, que “esta es la oportunidad para renovar el Congreso”. 

En fin, el panorama se repite, el próximo 13 de Marzo tendremos nuevamente un compromiso con la democracia, con nosotros mismos, con la posibilidad de elegir bien para tener el derecho de exigirle a quienes sean elegidos. No hay que dejar de pasar esta oportunidad. Ejerzamos nuestro derecho.

Pero hay que saber a quienes elegimos. A pesar de esas repetidas frases que nos llevan cíclicamente al mismo punto de partida, en nuestras manos está contribuir a una transformación real de un legislativo cuestionado y que ha ido perdiendo legitimidad. La desaprobación del Congreso de la República bordea el 75%, de acuerdo con la más reciente encuesta de INVAMER, mientras que apenas cuenta con el 18% de aprobación.

Dos temas han contribuido a ese desprestigio, el salario de los congresistas y su periodo de vacaciones. Y aunque se han hecho intentos por hacer transformaciones en estos dos aspectos, estos se han quedado en la mitad del camino. 

El debate es sano. Que un congresista se gane 35 millones de pesos mensuales y el salario mínimo de un trabajador sea de un millón de pesos deja un mal sabor y, por su puesto, no es bien recibido por una opinión pública que hoy es mucho más crítica, deliberante y sobre todo que está dispuesta a salir a las calles a exigir cambios. 

A ese cuestionamiento válido y, necesariamente revisable sin apasionamientos ni utilizado politiqueramente, se suma el tema relacionado con el periodo de vacaciones de los congresistas, especialmente, porque en la práctica es de cuatro meses: entre diciembre y marzo y junio y julio, mientras que el de un trabajador es de 15 días, según la legislación laboral. 

Pero además de esas necesarias transformaciones internas del legislativo, están las inquietudes sobre su tarea de presentar, debatir y aprobar leyes, así como de ejercer control político. Es bien cierto que la pandemia del coronavirus trajo consigo la virtualidad que redujo esa capacidad, de alguna manera cumplió, pero quedó con deudas pendientes que deben recuperarse cuando los elegidos ocupen sus curules.  

Por eso es importante que los electores no se dejen comer de carreta sino que miren con detenimiento nombres, trabajo, capacidad de gestión, pero sobre todo que no sean elegidos charlatanes, profetas de desastres, promeseros o personas señaladas de corrupción.

Tampoco merecen el voto aquellos que han transitando por la política buscando beneficios personales o los que se han aprovechado politiqueramente de las protestas para bloquear, afectar a los ciudadanos y sembrar el caos. Un ejercicio legítimo que en muchos casos, lastimosamente, perdió credibilidad por quienes solo buscaban pescar votos.

Esta es una nueva oportunidad que nos da la democracia, no la desaprovechemos. Si se quiere un cambio de verdad, elijamos bien. Un Congreso que nos represente tiene la obligación de aprobar los proyectos que convengan realmente a los ciudadanos, no nos dejemos llevar por emocionalismos o por personajes que mediante el populismo nos quieren arrastrar a modelos que terminan por acabar con la democracia que debe ser defendida.

Votar bien y responsablemente, aleja aquellos fantasmas que se ciernen sobre una Colombia que necesita fortalecer sus instituciones no acabarlas.






 

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